Armario después de una cirugía bariátrica
LIMITACIONES: VESTUARIO Y OBESIDAD
Cuando hablamos de kilos, de sobrepeso o de obesidad el armario se echa a temblar. Ya sean algo más de un par de kilos que todo el mundo puede coger en algún momento de su vida y que hacen que tus pantalones favoritos se resistan a cerrar con holgura, o de un problema de obesidad importante, lo cierto es que las oscilaciones de la báscula y la lucha con el armario van de la mano casi siempre.
A lo largo de estos cinco años que llevo operada, transitando mi camino de cura física y psicológica, he contado muchas veces aquellas anécdotas que me marcaron cuando era obesa.
Aquellas situaciones en las que me sentí vulnerable y me di por vencida. No es casualidad que la gran mayoría estén relacionadas con la ropa. Cuando pesaba algo más de 105 kilos, con mis 160 cm de altura, estaba invitada a la boda de una de mis amigas. Me fui temprano a la peluquería y me gasté 115 euros en que me peinaran y me dejaran lo más guapa posible. Estaba en mi peor momento de autoestima, hacía tres meses que había dado a luz a mi primera hija, los kilos de más ya avisaban que no pretendían marcharse nunca. No era la primera vez que salía desde que me estrené en la maternidad, pero sí que era el primer gran evento al que acudía desde hacía muchos meses. Me apetecía verme y sentirme guapa, y para ello no quise escatimar ni con el peinado, ni con los complementos. No fue así con el vestido, no me motivaba ir a comprarme algo que, ya daba por hecho, que me quedaría mal, además tenía un vestido de boda que me había comprado en el tercer mes de embarazo para otra boda. Estaba segura que me serviría. Cuando llegué a casa y me dispuse a vestirme, la cremallera subió con reticencias, pero subió. Saliendo de casa se me cayó al suelo el chal que llevaba y al agacharme a recogerlo, ocurrió: la cremallera explotó y el vestido entero reventó por la espalda. Empecé a llorar desconsolada, a sentirme afortunada y desgraciada a partes iguales. Afortunada porque me estuviera pasando en el rellano de la escalera y no en una boda con 200 invitados, y desgraciada porque no tenía absolutamente nada más que ponerme.
Me entró una especie de crisis de ansiedad y no podía parar de llorar, mientras mi marido, siempre al pie del cañón en estos momentos tan duros para el amor propio de una, buscaba en mi armario algo que pudiera salvar la situación. No se daba por vencido y consiguió un vestido de cocktail rojo de premamá que llevé en Navidad. Era junio, pero no importaba, era la única opción. Me lo puse y me fui a la boda, a la cual llegué muy tarde, llena de complejos. Reventar el vestido, aunque nadie lo hubiera visto o lo supiera, había diluido mi ilusión por mi peinado, y me había devuelto de nuevo a la realidad de mis más de 100 kilos de inseguridad y dolor. Creo que esta fue la última vez que aspiré a sentirme guapa y sexy con mi ropa, y desde aquí sólo me dediqué a sobrevivir resignada con mi ropa.
CIRUGIA, CAMBIO DE ESTILO Y NUEVOS RETOS
Cuando por fin me operé, volvieron las esperanzas, las ilusiones. Hice una lista de deseos de todo aquello que quería lograr en mi bajada de peso, y muchos de mis deseos tenían que ver con la ropa: volver a ponerme aquel vestido verde de flores, usar botas altas, ponerme un vaquero roto, o entrar a comprar un pantalón en Zara. El día que crucé el escaparate de esta tienda y me metí en un probador, no me lo podía creer. Antes de entrar, no me sentía digna de ponerme ropa de Amancio Ortega, y sin embargo, tuve que dejar la talla L que había cogido para probarme una M que me sentara mejor. Al salir de allí, con mi talla M en la bolsa, porque obviamente me lo había comprado, me sentía empoderada y en ese momento supe que había llegado el momento de dar una nueva oportunidad a mi estilo, de renovar mi armario. Los primeros meses después del Bypass gástrico, había sobrevivido con ropa antigua que fui guardando con la esperanza de adelgazar alguna vez, y también con ropa que me daban mis tías y mi madre, ropa que ya no querían y que era una perfecta ropa de transición, perfecta para no gastar dinero mientras que adelgazaba. Además también nos íbamos pasando la ropa entre las bariátricas que nos habíamos operado en el mismo hospital, entre nuestro grupo de apoyo bariátrico siempre había quien necesitaba una talla 42 y podía dejarte la ropa de la talla 46 que tú buscabas en ese momento.
Como digo, era un buen sistema para cuidar la economía, pero el estilo de mis tías, de mi madre, o de mi vecina, no eran mi estilo, y cuando por fin llegó la talla 38, el pantalón de Zara y las ganas de buscar mi propio estilo no sabía ni por donde empezar. Llevas tantos años sin dar importancia a la ropa, intentando simplemente que cumpla su función de calentar en invierno y permitirte ir lo más fresca posible en verano, a la vez que vas discreta para pasar desapercibida, que no sabes qué es adecuado para ti, qué te puede sentar bien.
CONSEJOS
Mi consejo es que no te pongas absolutamente ningún límite. Que entres en todos los probadores, de todas las tiendas, con todo tipo de prendas y con todo tipo de tejidos. Que no subestimes tu nuevo cuerpo, que le des la oportunidad de verte las cosas puestas, porque vas a sorprenderte. Estamos acostumbradas a rechazar nuestro cuerpo cuando somos obesas, es injusto pero es así casi siempre, y nos repetimos continuamente frases como “yo no puedo llevar eso”. Es muy difícil cambiar el chip sin comprobar qué enorme potencial tenemos, y la mejor manera de hacerlo es estrellarnos en el espejo con la realidad de un nuevo cuerpo con el que podemos hacer muchas cosas que ni imaginábamos.
De repente la ropa ajustada es nuestro mejor aliado para realzar aquellas partes de nuestro cuerpo que antes escondíamos bajo jerséis que parecían sacos, los pantalones de talle alto combinados con una blusa remetida por dentro son una buena estrategia para realzar esa cintura que acabas de recuperar y que antes escondías con todas las blusas y camisetas que jamás hubieras metido por dentro de un pantalón y hubieras dejado que cubrieran el culo, ese culo que ahora marcas con faldas de tubo y pantalones ceñidos. Los cinturones no sólo te sirven, si no que sobran varios agujeros y ya no son sólo para hacer que el pantalón no se caiga, si no para completar un look.
Igual que hay miles de prendas y de formas de llevarlas que antes no hubieras llevado, quizás haya otras cosas que antes te sentaran bien y ahora no te hagan sentir tan cómoda. En mi caso, los escotes se han convertido en una de las partes más rebeldes a la hora de elegir mi ropa. Lo importante es que entiendas que estás con un nuevo cuerpo al que cuidar y tratar mucho mejor que al anterior, que tienes una nueva oportunidad de amarte, de irradiar y de deslumbrar, y que para ello debes no ponerte límites que no hayas. probado. Pruébate, ámate y disfrútate.
Cristina.
Puedes seguir a Cris en su cuenta de Instagram @cristinadeysasi